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martes, 12 de octubre de 2010

MARTINA CESPEDES

Martina Céspedes


En julio de 1807 los ingleses reincidieron en sus afanes de conquista. Martín de Alzaga, apoderándose del Cabildo tomó la decisión de resistir. Se hicieron pozos artificiales en las principales esquinas; los vecinos se apostaron en las azoteas con granadas de mano y con piedras. El domingo 5 de julio se libró la batalla decisiva.

Una de las misiones fundamentales que traían los británicos era apoderarse de la iglesia Nuestra Señora de Belén (actual San Pedro Telmo), y del hospital de los Bethlemitas (hoy Museo Balvé), a los que consideraban de gran valor estratégico. El oficial a cargo lo consiguió, para quedar luego recluido en la iglesia de Santo Domingo, donde se iba a dar el episodio más dramático de la segunda invasión.

En la esquina de Belgrano y Perú, en la Casa de la Virreina, luego de tres horas de lucha se produjo el mayor descalabro para los ingleses en sus “Brigadas ligeras británicas”. Sobre este suceso, contaba Martín Rodriguez que por los caños de desagüe del techo corría la sangre a la calle. Los resistentes apenas vencían una columna inglesa, corrían atacar otra. Muestra de la decisión de este pueblo fue que no dudó en bombardear la iglesia de Santo Domingo, a pesar del profundo fervor religioso de la época, para desalojar a esos invasores que luego lo describiría como “gentuza de tez oscura, baja y mal hecha”.

En Humberto Primo al 300, al oeste de la actual escuela Rawson, vivía la porteña Martina Céspedes de 45 años, quien junto a sus tres hijas atendía una casa de comidas.
Estas jóvenes eran de físico muy agraciado y, gozaban de “demasiada popularidad”.

Los invasores avanzaban desde el sur saqueando pulperías y embriagándose más y más; doce de ellos llegaron a la puerta de esta aguerrida mujer, que aprovechando el estado de escasa conciencia de esos soldados permitió entregarles lo que pedían si accedían a pasar de a uno.

A medida que ingresaban, las cuatro mujeres los desarmaban y ataban, dejándolos en distintas habitaciones. Al día siguiente, ya firmada la capitulación, Martina se presentó ante el Liniers, contándole lo sucedido; éste la premió otorgándole el grado de sargento mayor, derecho a uso de uniforme y goce de sueldo. De los doce prisioneros la Céspedes entregó solo a once; el duodécimo quedó como botín de su hija Pepa Céspedes. Esta y el inglés se habían enamorado y terminaron casándose.

Posteriormente no hubo fiesta religiosa y civil en la que esta heroína no apareciera luciendo su uniforme. En 1825 se la vio todavía junto a Las Heras y otros héroes de la independencia, en la procesión de Corpus Cristi.

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